Nosotros, gente común y corriente fue un libro precursor en su época porque planteaba la posibilidad de convivencia del cristianismo con el que fuera considerado su mayor enemigo: el comunismo. Durante todo el siglo XX hubo enfrentamientos y demonizaciones de las dos partes, muy pocas veces llegando a un diálogo sanador que tendiera puentes de comprensión y colaboración entre ellas. Madeleine Delbrêl haría exactamente eso, desde muy temprano y con voluntad de hierro, siempre empuñando el Evangelio como su única arma y herramienta. Durante treinta años, hermanada con los obreros con los que compartía su vida por opción y vocación, vivió la oración y el seguimiento como laica, demostrando que eso no significaba ni una partícula menos de vocación que la vida religiosa en todas sus formas tradicionales. Por el contrario, pionera también en eso, probó la enorme riqueza que podía encontrar la Iglesia en la inserción en los medios obreros, y se lanzó a ser "misionera sin barco", para evangelizar en su propia ciudad, entre su propia gente, en lugar de marchar a lugares lejanos para convivir con culturas extrañas, como era usual en la Europa de la época. Porque se propuso vivir "con las manos aferradas a la persona de Nuestro Señor y los pies bien plantados en medio de la muchedumbre de los que no creen". En la actualidad, cuando se plantea el interrogante sobre el futuro de la vida cristiana en un mundo de tan variadas opciones y aquejado de una denunciada decristianización general, este libro se convierte en visionario y profético para testimoniar que sí es posible la convivencia, que la clave del encuentro con el otro radica precisamente en el encuentro, en ver en el otro una persona, no una idea, y amarlo profundamente como prójimo. Aquí, Madeleine nos invita a ser lo que ella tanto deseaba que los cristianos fueran: esas "personas para las cuales Dios es suficiente, en un mundo en el que Dios parece no servir para nada".
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Indice | Prefacio a la edición de Nous Autres, Gens des Rues, por Hans Urs von Balthasar 5 Introducción, por Jacques Loew 9 Preámbulo. Dios ha muerto... ¡Viva la muerte! 57 Primera parte: El misionero, 1933-1949 61 Nosotros, gente común y corriente 67 Misioneros sin barcas 73 Aquel que me sigue no marcha en tinieblas 77 El baile de la obediencia 86 Segunda parte: La Iglesia, 1950-1954 91 El pueblo de París va al entierro de su padre 97 Diversidad y unidad de la condición proletaria 99 Conocimiento y acción 110 Un grito nuevo 112 Iglesia y misión 114 La miseria del espíritu 127 Un viaje relámpago a Roma 133 Tendencia a la alianza, tendencia a la salvación 136 El amor a la Iglesia 140 El riesgo de la sumisión 146 Tercera parte: Los dos abismos, 1955-1960 153 La bondad 159 Perplejidades sobre la obediencia y el amor al prójimo 167 Luego de una decisión romana 173 Características de una parroquia misionera 188 La Buena Noticia 195 Revisión de fe 199 Manifiesto del cristiano al mundo ateo 202 La Iglesia, una misma vida en un mismo cuerpo 211 Luz y tinieblas 215 Cuarta parte: Las batallas de la fe, 1961-1964 221 Tiempo de hoy, tiempo de nuestra fe 227 Expectativa marxista y esperanza cristiana 241 Expectativa comunista 244 Ateísmo y evangelización 260 Los hombres de buena voluntad 282 Quinta parte: La lección de Ivry 285 Ambiente ateo, circunstancia favorable para nuestra propia conversión 291 Palabras finales, por L. Augros 305 |