¡ Vacío !
Desde el comienzo el autor recalca que el quehacer del psicoanalista tiene un para quién y un para qué.
El para quién, es cada ser humano único que consulta, tema que desarrolla en los capítulos “La realidad del sí mismo”, “La búsqueda de la existencia saludable” y “La idea de creatividad”.
El para qué, atraviesa toda la obra y tiene estrecha relación con los fines del análisis, desarrollados in extenso en el último capítulo.
Sigue una revisión de la técnica psicoanalítica, comenzando con una historia de la transferencia, que es en principio un fenómeno común a todo ser humano a lo largo de su vida, que hace que este busque orientarse en el mundo en función de las experiencias ya vividas, negando la incertidumbre.
Sigue un examen del encuadre apto, para que esta transferencia se vaya espesando y centrándose en el analista, lo que unido a la regresión, que el encuadre induce y posibilita, permiten la revivencia de las articulaciones más importantes de la historia vivida y no recordada, permitiendo su abordaje interpretativo.
Sostiene que, se debe tener presente, que aunque esquemáticamente el paciente transfiere y el analista interpreta, en realidad paciente y analista transfieren e interpretan, pues, parafraseando a Heidegger, podemos afirmar que el hombre es un intérprete que nace en un mundo ya interpretado.
Examina los diversos tipos de interpretación usualmente utilizados, desaconsejando las interpretaciones explicativas que sugieren una causalidad inexistente, destacando por el contrario, la utilidad de las interpretaciones que denomina de autoría compartida, en las cuales analista y paciente colaboran dialogando en la búsqueda de nuevos sentidos.
Culmina con el capítulo acerca del fin y de los fines del análisis, en el cual contrapone las opiniones propias con las de Freud en “Análisis terminable e interminable” y Winnicott en “Los designios del tratamiento psicoanalítico”.
