Como el Zorro al Principito, Oscar Capobianco se dijo: "Domestícame." Como el Principito, se contestó: "Dibújame un cordero." Así fue como Capobianco se conoció entre violetas y colibríes. Aprendió a "vivir en violeta" y a regalar colibríes como rosas. Hasta que se volvió un caminante, un caminador de tierras extrañas, un ave de paso, un corazón buscando su rosa, no ya el colibrí bello y pintoresco, sino la rosa de la que se alimenta. Con el corazón abierto andaba, enganchado en la manga de su camisa lila, y uno tenía algo de miedo al verlo, al verlo tan frágil y desenvuelto, tan buscándose, tan bienvenido por dentro, tan vulnerable secreto. (...) Y Capobianco recordó su orfandad, se volvió al Padre Eterno y nos dejó este libro profundo y sencillo con el corazón abierto "por el lanzazo de Longinos en el costado ardiente de amor". (de la Presentación de Edda Díaz)